I
Este drama, cuya fecha exacta de producción no sabemos con certeza, pero que en todo caso parece posterior al Heracles [120], se basa en el mito de Ión, cuyas líneas generales son de creación relativamente reciente –Grégoire [121] cree que de la epopeya tardía, siglo VII–, e incluso es posible que se originen en Eurípides mismo.
En efecto, los autores anteriores a Eurípides ofrecen muy pocos datos de este mito. Por Hesíodo (fr. 7) sabemos sólo que Juto es hijo de Héleno y hermano de Doro y Éolo; por Heródoto (VII, 94; VIII, 44), que Ión fue hijo de Juto y stratárches de Atenas, no rey; datos que luego recogen los lexicógrafos tardíos como Hesiquio (s. v. Xouthídiai). En ningún autor aparece como hijo de Apolo ni de Creusa. Es más, el mismo Eurípides en su Melanipa la Sabia (Prólogo, 9–11) hace a Ión hijo de Juto y de una hija anónima de Erecteo.
Ahora bien, esto de por sí no prueba que fuera Eurípides el «inventor» de su filiación divina ni de toda la historia de Creusa [122]. Sabemos que Sófocles escribió una Creusa [123], drama que muy bien podría tratar el mismo mito, aunque ni siquiera esto es seguro. Tampoco sabemos con certeza su fecha (bien podría ser posterior al Ión de Eurípides) ni si allí aparecía la filiación apolínea de Ión. Todo parece indicar, pues, que o fue Eurípides el inventor de tal mito o que dramatizó, como sugiere Wilamowitz, no un mito ya completo, sino «algo que se relataba y creía no sólo porque servía a la tendencia imperialista a hacer de Atenas el estado–madre de otras ciudades del imperio, sino también porque se ajustaba bien al más antiguo templo de Apolo en una gruta de las rocas septentrionales de la ciudad» [124].
Sea de una u otra forma, lo cierto es que Eurípides dramatizó este mito sirviendo a dos propósitos claros (aunque no exclusivos ni siquiera preeminentes, como luego veremos): de un lado, fomentar la cohesión de los pueblos jonios en un momento de la guerra del Peloponeso en que la coalición presentaba síntomas de debilidad; de otro, ofrecer una prueba más de la necesidad de paz entre dos pueblos que, después de todo, procedían de dos hijos de Creusa. Porque Eurípides no sólo varió la ascendencia de Juto (éste ya no es hijo de Héleno, como en Hesíodo, sino de Éolo, cf. vv. 6364), sino también su descendencia: además de tener como hijo adoptivo a Ión (padre de los jonios) engendrará después en Creusa a Doro (padre de los dorios).
II
Pues bien, este mismo toma forma de drama en cuatro episodios, con el mismo número de estásimos, enmarcados entre Prólogo y Éxodo.
EL PRÓLOGO (1–237) tiene una estructura parecida –aunque un tanto más simple– que los de Troyanas, Electra e Ifigenia entre los Tauros. Comienza con una resis de Hermes en que este dios nos informa (además de dar su propia genealogía, como es habitual) sobre el nacimiento y crianza de Ión. (La acción, por tanto, comienza cuando éste es ya un joven sirviente del templo de Delfos). Luego explica el matrimonio y la infertilidad de Juto y Creusa, razón por la que vienen a Delfos a consultar el oráculo. Finalmente, expone un plan de Apolo (que, curiosamente, no se va a cumplir), según el cual este dios hará creer a Juto que Ión es hijo suyo y Creusa lo reconocerá en Atenas como heredero de la casa de los Erecteidas.
Sale Ión del templo y tras un solo lírico (primero en anapestos y luego en ritmo eólico estrófico) en el que da a conocer su trabajo en el templo, revelando su ignorancia sobre su propio origen, entra el CORO. Éste se compone de sirvientes de Creusa que, de una forma realista y comportándose como auténticas turistas, hacen una descripción en su canto (no en anapestos, sino en ritmo eólico) de una serie de representaciones, no sabemos si pictóricas o en relieve, que encuentran en la fachada del templo.
La estructura de este coral es curiosa, ya que la antístrofa 2 de hecho es un diálogo lírico de Ión con el Coro, en que éste pregunta a Ión por algunos detalles, dando paso al PRIMER EPISODIO (238–451). Tras dos breves resis de saludo, inician Ión y Creusa un, diálogo esticomítico en que el joven pregunta con ingenuidad sobre ciertos detalles de los Erecteidas, sobre el matrimonio de Creusa y las razones de su visita. Creusa introduce aquí y allá frases veladas, que Ión no entiende, sobre su amor con Apolo y su desgraciado parto. Luego Creusa interroga a Ión sobre su origen, crianza y vida en el templo, y en un rasgo típicamente femenino le cuenta su propia historia atribuyéndola a «una amiga». Ella se habría adelantado a Juto precisamente para pedir oráculo a Apolo sobre este caso. Ión niega la posibilidad de consultar a Apolo sobre ello. Tras unas palabras de Creusa reprochando al dios su ingratitud y llenas de amarga desesperanza, entra Juto que, en breve diálogo, asegura a Creusa que no se irán de Delfos sin un hijo, según el oráculo del héroe Trofonio. Juto entra al oráculo y Creusa se aleja aceptando entre dientes esta reparación de Apolo, mientras queda en escena Ión, quien, hecho un mar de dudas, se pregunta por el extraño comportamiento y las frases veladas de Creusa y acaba reprochando a Apolo su inmoralidad.
El PRIMER ESTÁSIMO (452–508) es un himno de súplica a las diosas Ártemis y Atenea para que concedan descendencia a los monarcas de Atenas (estrofa), seguido de un elogio a la paternidad (antistrofa). El epodo final es una imprecación a los lugares donde tuvo lugar la unión de Creusa con Apolo y la frase final contiene un presagio de infelicidad para Ión como hijo de dios y mortal.
En el SEGUNDO EPISODIO (509–675) se produce la anagnórisis (falsa) de Juto e Ión como padre e hijo, seguida de un agón entre ambos.
La primera es formalmente un diálogo esticomítico (con antilabaí), en tetrámetros trocaicos, lleno de una fina ironía todo él (cf. especialmente la frase de Juto «la tierra no pare hijos», que rechaza toda la historia de la familia de su mujer).
Luego se establece un agón entre ambos, en el que Juto trata de convencer a Ión de que vaya a Atenas con él y éste se opone basándose en dos argumentos: por un lado, será objeto de odio para los ciudadanos de Atenas (por ser extranjero y bastardo) y para su madre (por ser hijastro de una mujer estéril); por otro, la vida desasosegada de un tirano está en desventaja con la tranquilidad de su vida en Delfos. La resis de Ión en que expone estos argumentos es un ejemplo típico de los agones euripídeos que, una vez iniciados, siguen su curso con un movimiento dialéctico autónomo y que salta el marco de la obra, con lo que incurren en numerosos anacronismos e irrelevancias. En este caso incluso los anacronismos son contradictorios entre sí: primero describen la situación desagradable en que debía encontrarse un meteco en la democracia ateniense del siglo V, para luego rechazar su viaje a Atenas en la idea de que va a ser un tirano.
Al final, sin embargo, acepta ir a Atenas (aunque Juto no le opone ningún argumento convincente), no sin antes celebrar un banquete de natalicio en que se despedirá de sus amigos délficos.
Juto ordena silencio al Coro sobre todo el asunto y éste canta su SEGUNDO ESTÁSIMO (676–724) en que comienza interpelando a Apolo sobre Ión; sigue lleno de dudas y temores sobre el futuro y termina maldiciendo al padre y al hijo con amenazas veladas al principio y abiertas al final,
El TERCER EPISODIO (725–1047) es formalmente el más complicado, respondiendo al contenido del mismo.
Tras un breve diálogo de presentación entre Creusa y un anciano servidor de su casa, se inicia un kommós triangular entre Corifeo, Anciano y Creusa, en el que el Corifeo les informa sobre el reconocimiento entre Juto e Ión y sus planes.
Siguen dos resis del Anciano, en que éste incita a Creusa para que mate a Ión y, tras ellas, ésta rompe a cantar una monodia lírica; comienza exponiendo sus dudas sobre si manifestar o no su secreta unión con Apolo, pero se deja llevar de su tensión emocional y, en medio de reproches e imprecaciones al dios por su ingratitud, todo queda revelado. Los detalles acabará exponiéndolos en un largo diálogo esticomítico con el Anciano, en el que ambos decidirán un plan para dar muerte a Ión.
El Coro se pone del lado de Creusa y canta su TERCER ESTÁSIMO (1048–1105) que se inicia con una macabra invocación a Enodia, para que le ayude en su proyecto de asesinato, y prosigue con redobladas invectivas y maldiciones contra el extranjero que quiere apoderarse del cetro de Atenas.
La entrada de un mensajero inicia el CUARTO EPISODIO (1106–1228), que es pura y simplemente una larga resis (escena del mensajero), donde éste cuenta los pormenores de la estratagema junto con otros detalles menos pertinentes, pero muy del gusto de Eurípides, como la descripción de la tienda que levantan para el banquete, la cual ocupa un tercio de la resis. Y anuncia el fracaso final del plan de matar a Ión.
Ante el fracaso, el Coro entona el CUARTO ESTÁSIMO (1229–1249), canto astrófico muy breve en que se lamenta, por sí mismo y por su dueña, del destino que les aguarda; y expresa – como en tantas otras ocasiones hace el Coro en situaciones parecidas– su ansia de escapar.
El ÉXODO (1250–1622), muy largo, es formalmente una secuencia de diálogos esticomíticos que llevan a la anagnórisis entre Creusa e Ión, seguidos de un epirrema entre ambos y terminados por una resis de Atenea ex machina.
Estructuralmente contiene cinco escenas. La primera es muy breve y consiste en un corto diálogo de Creusa (que entra huyendo de los délficos que quieren lapidarla) con el CORIFEO. Este le aconseja que se refugie junto al altar. La siguiente escena, entre Creusa e Ión, que entra persiguiéndola, es un diálogo esticomítico en que ambos forcejean exponiendo uno sus razones para matarla y la otra los motivos de su homicidio frustrado.
En esta situación de impasse aparece la Pitia que, en esticomitía con Ión, expone las circunstancias en que lo encontró y le enseña la canastilla. Cuando Ión, tras dudar en monólogo patético si consagrar la canastilla al templo y abandonar la búsqueda de su madre por si ésta es una esclava, se decide a sacar los objetos que hay en aquélla, Creusa le manifiesta que es la canastilla en que un día ella misma expuso a su hijo. Y se inicia la anagnórisis definitiva: en diálogo esticomítico Creusa le da cuenta de los diferentes objetos (ropas bordadas, serpientes de oro, etc.); luego, en diálogo epirremático (Creusa es la que canta), le expone su amor con Apolo y el resto. Pero queda el problema de Juto. Acabado el epirrema y tras la explosión emocional, Ión vuelve a sentir dudas sobre quién es su verdadero padre. Cuando finalmente decide consultar a Apolo, aparece Atenea, quien les explica todo: Juto vivirá en la creencia feliz de que es el verdadero padre; Ión será rey de Atenas y origen del pueblo jonio; Juto y Creusa tendrán dos hijos: Doro y Aqueo.
Y tras un breve diálogo triangular de Atenea, Ión y Creusa, acaba la pieza.
III
Esta es, sin duda, una obra difícil de clasificar, aunque todos los críticos están de acuerdo en algo que salta a la vista del lector más superficial: que no es una tragedia del estilo de Medea, el Hipólito, etc. [125] En este drama no hay hamártema, no hay sangre, no hay catarsis.
Ahora bien, en lo que no todos están de acuerdo es en el grado de seriedad con que está escrita ni en la finalidad que persigue. Conacher [126] explica las razones de esta disparidad de opiniones en base a lo que él llama la «paradoja del Ión». En efecto, de un lado hay obviamente un sentimiento nacionalista y propagandístico que recorre toda la obra (en multitud de ocasiones se alude a costumbres, lugares, etc., áticos); de otro, Apolo, padre de Ión, se revela como un dios poco digno (prepara un plan que fracasa, es objeto de críticas a su moralidad a lo largo del drama). Cabe, pues, preguntarse: si el elemento propagandístico era fundamental, ¿cómo Eurípides no presentó a un Apolo más digno antepasado de la estirpe jonia?
Pues bien, según un grupo de críticos, la obra está escrita con una finalidad completamente seria, como es resaltar la posición preeminente de Atenas entre los jonios en base al origen divino de la misma [127], o pintar los sentimientos humanos [128]. Así, pues, lo que estorba a esta interpretación es obliterado o «explicado» en último término señalando que, después de todo, al final Apolo es absuelto y todo resulta bien.
En el extremo contrario se sitúan quienes ven en la obra un intento exclusivamente irónico, dirigido especialmente contra Apolo y las fábulas en que se mantenía el origen divino de algunos personajes semihistóricos o semilegendarios [129].
Frente a la interpretación completamente unilateral y simplista de éstos, otro grupo [130] acepta sin más la situación paradójica no viendo en ella ninguna contradicción real, dado que –como vemos en Aristófanes y en general en la poesía griega– un tema puede ser tratado simultánea o sucesivamente desde un ángulo cómico y serio.
Un tratamiento aparte merece la interpretación de Kitto [131], que yo creo la más acertada porque llega al fondo de la cuestión. Kitto no está al otro extremo del espectro interpretativo; no toma absolutamente en broma la obra (como malentiende Conacher), sino que la entiende –muy en serio– como un melodrama. Esto es precisamente lo que explicaría, según él, todas las características de la misma.
Un autor como Eurípides, dice Kitto, que tantos reproches ha cosechado en muchas de sus obras por fallos en la estructura, dibujo de caracteres, etc., se nos revela aquí como un consumado artesano del drama.
La razón no es que aprendiera su oficio al final de su vida, sino que la idea trágica en alguna de sus obras exigía una forma específica, forma que en ocasiones atentaba contra la estructura canónica de un drama. En esta obra, sin embargo (y lo mismo podemos decir de Helena, Ifigenia entre los Tauros, Alcestis, etc.), al no haber idea trágica, el poeta puede «explotar los resortes de su arte por sí mismo, no en sujeción a algo superior... el poeta se puede dedicar a su arte».
Como melodrama que es, en contraposición a cualquier tragedia, se caracteriza el Ión por carecer de profundidad intelectual o moral, por basarse en la imposibilidad (toda la situación es imposible, los milagros se suceden), por reducir lo trágico a lo patético (el sufrimiento de Creusa no es trágico, porque la situación es «irreal» y todos sabemos que no va a pasar nada). Ahora bien, ello comporta ciertas ventajas desde el punto de vista del espectáculo teatral. Para empezar, el poeta se puede concentrar más en la coherencia, vivacidad y variedad de la trama: el Ión es probablemente la obra de Eurípides más perfecta desde este punto de vista; no hay drama que tenga más golpes y contragolpes, flujos y reflujos, emociones y desengaños. No es que haya momentos de ironía, es que toda ella se basa en una situación irónica: desde el Prólogo todos sabemos –menos ellos– que Ión y Creusa son madre e hijo y que Ión y Juto no son nada. Y es precisamente en esto en lo que se asienta la intriga de la obra: Ión y Creusa no se saben madre e hijo y sin embargo en el primer encuentro surge entre ellos, espontáneamente, una corriente de aprecio; pero luego quieren matarse mutuamente. Ión y Juto se creen padre e hijo, aunque en este caso el aprecio no es mutuo (al menos Ión siente cierta repugnancia por Juto) y sin embargo van a celebrar un banquete. Al final toda la situación se vuelve del revés.
Por otra parte, el manejo del Coro es completamente coherente: toma partido en la acción y nunca salta por encima del marco argumental. A cada episodio sigue un estásimo que comenta la acción anterior y adelanta o sugiere lo que va a suceder [132].
El poeta puede enfocar su atención hacia detalles realistas que faltan casi por completo en las verdaderas tragedias y que nos recuerdan en seguida la poesía helenística: la visualización de las tareas de Ión al comienzo de la obra; la descripción detallada de la tienda en que van a celebrar el banquete; el comportamiento del Coro como un grupo de excursionistas al entrar, etc.
Igualmente es en un melodrama como éste donde se pueden encontrar los pasajes más brillantes de la obra de Eurípides. Aquí señalaremos las monodias de Ión y Creusa, la narración del mensajero, el encuentro Ión–Creusa, Ión–Juto, etc.
Finalmente, los caracteres están mucho más cuidados que en otras obras. Así el de Ión, que se nos muestra como las cualidades y defectos de un jovencito: su curiosidad por conocer de primera mano la historia de los Erecteidas; su impulsividad para matar a una mujer a quien apreció desde el primer momento; su generosidad para olvidar que ella quiso matarlo y su preocupación porque él pudo matarla; su ingenuidad al reprochar a Apolo sus amoríos e ingratitud. También está bien dibujado el carácter de Juto como hombre seco, pero al tiempo cariñoso como padre y marido; o el del anciano, que resulta una figura macabra en su mezcla de maldad y lealtad hacia su dueña. El de Creusa, sin embargo, no está tan bien trazado porque, a pesar de que a veces nos recuerda a Medea o en general al tipo de mujer apasionada, que tanto gustaba a Eurípides, las motivaciones de su cambio radical de actitud no se explican desde dentro, sino por compulsión por parte del anciano y del Coro.